Un Stabat Mater hedonista y terrenal en La Filarmónica
Beckmesser | 14 febrero 2020
Tomando como base un repertorio de claras influencias napolitanas, Forma Antiqva dio por concluida su gira con un concierto para el ciclo de La Filarmónica en el Auditorio Nacional, donde fue alternando piezas prácticamente desconocidas con alguna de las obras más interpretadas dentro del mundo de la música antigua. El programa estaba confeccionado con equilibrio entre lo vocal y lo instrumental y sin fatigar al numeroso público con excesivas concomitancias estilísticas. La obertura de Siroe de Nicola Conforto ya puso de manifiesto el posicionamiento interpretativo de Forma Antiqva: visiones enérgicas con dinámicas si no extremas, sí polarizadas pero siempre dentro del gusto y el propio discurso narrativo de la obra. El Allegro del Concerto V de Charles Avison serviría de ejemplo del conseguido empaste de las cuerdas y del juego de acentos expresivos que manejó la formación encabezada por Aarón Zapico en las piezas instrumentales.
Cerraba la primera parte el bellísimo Salve Regina de Nicola Porpora, una partitura que se beneficia de todo el magisterio del formador de cantantes más reputado de Europa a principios del siglo XVIII y rival de Händel. Las largas y difíciles vocalizaciones iniciales y el evanescente lecho sonoro con que Forma Antiqva acompañó a Carlos Mena generaron una atmósfera muy afín a esta música, que se mueve más por la ribera del hedonismo que por la de su presupuesto espíritu místico. El contratenor vitoriano paso algún apuro inicial por la elevada tesitura de la pieza, pero supo trabajar con su habitual inteligencia, uniformidad de color y comprensión expresiva del canto.
En la segunda parte, tras la algo menos seductora (y con algunos desajustes) Sinfonía del Oratorio Maria Dolorata de Vinci, llegó el esperado Stabat Mater de Pergolesi, que partía con el condicionamiento de superar el excesivo uso que televisiones, radios e industria discográfica han hecho de sus primeros compases. María Espada acompañó en esta ocasión a Mena, un dúo habitual que se beneficia de una conexión musical que resuelve buena parte de las dificultades rítmicas, aunque presenten alguna dificultad en la transición al grave. Aarón Zapico cuidó el dibujo de los largos arcos melódicos y los alternó con silencios expresivos de gran magnitud, sacando provecho de la excepcional sección de cuerda pulsada (tiorba y archilaúd) que sus hermanos le proporcionan. La interpretación fue de menos a más, hasta convertirse en conmovedora durante el último tercio de la obra. Ovaciones finales y merecido éxito.
Mario Muñoz Carrasco
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