Música antigua a cuatro manos
Ideal | 30 junio 2018
El dúo Zapico ofreció un exquisito recital de música de cuerda que deleitó a los melómanos congregados en el Corral del Carbón.
La música antigua posee un asiento propio en todo festival que se precie. Incluso existen citas especializadas que componen todo su programa con este repertorio de obras escritas antes de la eclosión del barroco a mediados del siglo XVIII. Un festival como el de Granada no podía prescindir de esta página que cuenta con muchísimos seguidores, a tenor del lleno casi absoluto de anoche en el Corral del Carbón. Por suerte este año la música antigua está bien representada, tanto en lo vocal como en lo instrumental y tanto en los temas litúrgicos y religiosos, como en la música palaciega, mal llamada profana. Si hoy sábado escucharemos en el Monasterio de San Jerónimo una obra de Couperin para los oficios de Miércoles Santo, anoche, onomástica del director del Festival, fue tiempo de música más alegre y palaciega.
El riesgo de la música antigua suele ser la invención libérrima. Tenemos tan poca documentación sobre cómo sonaban aquellos instrumentos y cómo había que interpretar lo escrito, que casi todo son conjeturas. Por eso debe depositarse siempre nuestra confianza en intérpretes de acrisolado prestigio y contrastada calidad como el dúo Zapico que investiga con ahínco, transcriben con creatividad exenta de ocurrencias y añaden glosas con mesura para que la música se parezca lo más posible a lo que pudieron escuchar nuestros antepasados. Unos antepasados alejados en el tiempo, pero no tanto en el espacio, pues abrió el concierto el granadino Luis de Narváez, coetáneo del emperador y músico al servicio del joven príncipe Felipe, el engendrado en la Alhambra de Granada.
Entre España e Italia
Un acierto organizar el programa en bloques de varias piezas con cierta ligazón entre sí. Todas con nombres casi tan preciosos como su propia partitura: pavanas, jácaras, españoletas, cumbees, folías... Un encanto.
En la época en la que se escribieron estas músicas las fronteras políticas no estaban muy definidas y las musicales mucho menos. Tardarían en llegar los nacionalismos. Parte de Italia era moneda de cambio o botín de guerra entre España y otros reinos europeos. Por eso fue un acierto ir entreverando en el concierto música de los españoles Narváez, Gaspar Sanz o Santiago de Murcia, con las del alemán, instalado en Venecia y Roma, Girolamo Kapsperger, llamado Il tedesco della tiorba; el guitarrista Francesco Corbetta, viajero desde Pavía hasta París y Londres; y el boloñés Battista Vitali.
Sonidos de ida y vuelta por el golfo de León, música políglota para esa tiorba espectacular y esa guitarra que anuncia lo que será con el tiempo, ambas apoyadas en el muslo derecho de cada intérprete sin más atalaje que las dos preciosas cintas rojas que vuelan desde la caja galapagar del instrumento de diapasón infinito. Aires familiares y otros menos, pero siempre gratos al oído, como es lógico para los ideales estéticos del antiguo régimen, en el que todo había de estar perfectamente ordenado a pesar de la variedad tímbrica por la que transitan las melodías, desde la vihuela rediviva hasta la guitarra barroca, con su somera modernidad, en diálogo con la tiorba espectacular hasta en su espalda, todas magistralmente tañidas por los hermanos Zapico.
A veces es discutible la necesidad de megafonía para estos conciertos, pero anoche fue casi necesaria para poder competir con los lejanos ecos de la fiesta en la Plaza del Carmen. Ha de haber gente para todo, aunque los que tienen más vatios molesten a los de menos. Pero ni una mota en el brillante recital de los Zapico: ellos saben decir algo nuevo al hablar de música antigua.
Andrés Molinari
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